martes, 7 de julio de 2009

Salvia Divinorum

Después de largar el humo por segunda vez, sentí como si el cuerpo me pidiera que me aflojara. Que relajara todos mis músculos, uno por uno. Una vez recostado, la sensación se acrecentó al punto en que sentía que los brazos se derretían y comenzaban a fusionarse sobre mi cuerpo. Los objetos y sombras (estaba bastante oscuro) formaban patrones geométricos. Patrones que eran sumamente tangibles, pero a la vez planos. Estaba viajando sobre la alfombra mágica.

Lo siguiente que paso, luego de una serie de pensamientos nublados y tapices turcos, fue la certeza de que la habitación comenzaba a llenarse de arena y esta se detenía apenas terminaba de cubrir mi cuerpo completamente. La contención era total, una vuelta al útero materno. Además cada glándula de mi piel traspiraba una sustancia similar al caldo primitivo, que lubricaba la arena. El olor a amoniaco no tardo en aparecer. Mientras era despojado de mi imagen corporal, el océano de caldo primitivo hervía en lo que podría llamar inconsciencia universal, una conciencia inconsciente, una presencia de la ausencia. El núcleo duro se transformaba en ámbar viscoso. No me quedo otra opción que reír, reír maniáticamente, por un lapso de tiempo solo existieron las carcajadas. En realidad dicho lapso, dejo de serlo, porque cuando el yo es destruido en infinitos pedazos, el tiempo deja de existir.

Pero la risotada término, me había fumado un sueño y tenía que terminar. Los pulmones pedían aire, para seguir viviendo, llorando, fumando, cogiendo, leyendo, pagando costos, pagando impuestos, sufriendo, cambiando focos de luz o ideas. Dejemos la risa para después, cuando nos toque el momento vamos a reír como se debe.

Este es el modo en el que el mundo termina, no con un suspiro, sino con una carcajada.


1 comentario:

Juana dijo...

Hace mucho tiempo atrás te dije que lo de "fumar un sueño" es buenísimo.
Ahora, en serio, sos un drogadicto HAHAHAHAHAHA ♥